Te espero. El tiempo se hace eterno mientras dura mi agonía. El cuarto se oscurece. Mis ojos centellean velozmente buscando la luz. Pero mi alma se ha plagado de sombras. Y las sombras no me dejan ver. Siento una profunda ansiedad de escuchar tu voz, de besar tus labios, de oler tu aroma. Me acecha un terrible miedo a perderte para siempre. Inexplicable temor que se acrecienta en mí a cada segundo que te espero y no vienes.
Creo que desconoces la razón de mi ansiedad y mi locura. No puedes entender mis sentimientos, mis arrebatos, mis confusiones, mi desdicha. Y mis ojos esquivos, y mi sonrisa a medias, y mis silencios repentinos, cuando en mí predomina la locuacidad. Es que ardo en deseos de que mi susurro interior, por fin se convierta en un grito firme, rotundo, contundente, y pueda decirte que Te Amo.
Una vez más un aviso confuso me hizo creer que ya estabas en mi puerta, clamando mi nombre, próximo a amarme, dispuesto a amarme. Pero las señales a veces son cruelmente difusas, y el encuentro se demora, y una ola de angustia carcome mi espíritu. El sol de tu presencia yace aún entre nubes. Y aunque sea de noche, quiero que me ilumines, quiero que me inundes con tu resplandor, quiero que de alguna manera me expreses que no vas a alejarte de mí, que vas a estar a mi lado cuando llegue el día.
Y entonces llegas con tu franca sonrisa, con tus ojos sinceros, con tu andar tranquilo. Me miras de frente y expresas con una voz dulce y clara: “¡Hace tanto que Te Amo!”. Y ya no puedo responderte, ni tampoco cuestionarte, porque callas mi boca inquieta con un beso largo, total como un eclipse.
-By Virginia Piacentini-
No hay comentarios:
Publicar un comentario